Guatemaltecos de LA llevan Nochebuena a deportados


Deportados en Tijuana olvidan por un momento su desgracia con la cena y regalos que les ofrece la Unión de Guatemaltecos Emigrantes (UGE) de Los Ángeles

El olor de la carne asada esconde la pestilencia del río Tijuana.
Y el gesto de un grupo de guatemaltecos de Los Ángeles disimula la desgracia de los deportados e indigentes crónicos que viven en este lugar tan alejado de Dios y tan cerca de Estados Unidos.
Han traído la alegría de la Navidad a Juan Rivera, un albañil de Santa Ana que fue expulsado por manejar borracho; a Juan Moreno, un jornalero de Riverside arrestado por «La Migra» cuando pedía trabajo en una tienda; y a otros con historias desgarradoras y que pocos están dispuestos a escuchar.
Aquí la desgracia se palpa en las manos reventadas de los que tratan de sobrevivir en las calles, se escucha en los crujidos de sus estómagos vacíos y se huele porque las duchas son un lujo. En este sitio es mejor no tener un calendario para no enterarse que es Nochebuena y que hace falta una familia.
«Son cosas de la vida, es un proceso de aprendizaje», reflexiona Moreno, de 48 años y quien deambula por esta ciudad fronteriza desde hace un mes. Él quiere regresar a California, pero no tiene un peso en la bolsa. Sus únicas pertenencias las trae puestas y en una mochila: ropa, cepillo, calcetines, jabón…
Esta tarde, caminó unos 40 minutos para llegar a «El Bordo», como se conoce a este canal por su cercanía a la barda que divide a México de EE UU. Sabía que alguien vendría con comida y regalos. «Valió la pena», dice con la boca llena y sosteniendo un plato con carne asada, frijoles, arroz y tortillas. «Es un día especial», continúa el migrante de aspecto limpio, algo que aquí se pierde con el tiempo.
Rivera, por su parte, no puede esconder que ha pasado tres años en este lugar nauseabundo. Originario del estado de Guerrero, este hombre sigue bebiendo alcohol, el motivo que lo trajo para acá. «Andaba manejando tomado», cuenta sobre cómo terminó expulsando del país en el que vivió 12 años. En Santa Ana se dedicaba a colocador techos; en Tijuana limpia parabrisas en la línea fronteriza.
«Me siento bien, alegre», expresa Rivera, de 33 años, formado en la fila para recibir un plato de comida. Unos minutos después, él sonríe sosteniendo un taco de carne y arroz. El tamaño de la mordida sugiere que no ha comido en un par de días. Aún no se ha terminado el bocado y alguien con aspecto desaliñado se sienta a la par con cara de hambre y Rivera no duda en convidarle.
Un estudio reciente del Colegio de la Frontera expone que la mayoría de los deportados en «El Bordo» vivieron en California por más de seis años, pero sólo el 29% tiene contacto con su familia.
Para que esta «cena navideña» y entrega de regalos fuese posible, la Unión de Guatemaltecos Emigrantes (UGE) ha pasado las de Caín: desde conseguir donativos en efectivo, cobijas y artículos de higiene personal en Los Ángeles, traer todo eso en sus coches, hasta discutir con un policía federal que los revisó en la aduana de Tijuana con intensiones de pedir «mordida».
La cuenta de los 70 kilos de carne, dos mil tortillas, más de 30 refrescos y 50 libras de tomates que llenaron los estómagos de más de cien habitantes de «El Bordo» superó con creces los 600 dólares.
En la bendición de los alimentos, Rosa Posadas, dirigente del grupo, dijo que este convivio navideño (que se realizó el pasado fin de semana) ha sido una obra de Dios, no de ellos. «Este es proyecto tuyo, nosotros sólo somos soldados de campo», expresó mirando hacia el cielo.
Evangelina Hernández, quien ayudó en la preparación y servido de la comida, llora al hablar de lo que pasan los mil habitantes de «Las Alcantarillas», donde –antes de su llegada- el único indicio de la Navidad era un Santa Claus en una botella de Coca-Cola. «Es muy difícil ver esas escenas. Da tristeza venir», dice.

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