CHEMTRAILS: NOS ESTÁN ENVENENANDO


Hasta hace poco nadie parecía saber que existían o quería reconocerlo. Pero esas estelas permanentes, dejadas por aviones sin identificación, vienen cubriendo los cielos desde hace casi dos décadas y cada vez se han vuelto más intensas. Recientemente las han denunciado varios dirigentes gubernamentales y ecologistas, mientras que otros reconocen haberlas utilizado para controlar las lluvias, y cientos de documentos –incluidas algunas patentes y compañías especializadas en esta labor– demuestran que uno de sus propósitos es combatir el cambio climático. Pero si sólo se trata de algo tan benévolo e inocente, ¿por qué tanto secretismo y ninguna autoridad parece estar enterada?
Hace algo más de una década comencé a ver en el cielo esas líneas, blancas y persistentes, que cada vez se hacían más frecuentes, y a preguntarme qué significaban. No recuerdo exactamente cuándo fue. Mi esposa, por su deformación profesional como psicoterapeuta, generalmente es crítica con mis paranoias conspirativas. Pero en este caso fue la primera en llamar mi atención sobre esos trazos tan anómalos que a veces se entrecruzaban en el cielo formando una rejilla, y sigue tan convencida como yo de que son una inquietante realidad. Al reflexionar con ella, mientras escribo este informe, coincidimos en que fue pocos años antes del 11-S, todo un hito en el inconsciente colectivo.

Durante todo este tiempo fui leyendo cientos de informaciones sobre este enigma, algunas ciertamente inquietantes, otras de una solidez científica y oficial incuestionable. Pero mi búsqueda de respuestas objetivas para el mismo, se vio disparada de forma acuciante cuando mi admirado amigo Iker Jiménez me propuso un debate sobre este tema. Sobre su verdadero significado él sigue albergando dudas, como las tienen la práctica totalidad de los divulgadores del misterio, por la sencilla razón de que no han tenido ocasión de profundizar en la investigación del mismo. Esto no impidió que Cuarto Milenio diese a conocer al público hispano, de forma masiva, una sospecha que ya entonces era certeza para una amplia minoría de las personas que, como yo, están convencidas de que –parafraseando a Shakespeare– hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sospechamos, en ese estado de semi-sueño dentro del cual nos han acostumbrado a vivir, sin cuestionarnos profundamente qué están haciendo con nosotros para impedirnos que nos lo cuestionemos todo. Ello, con todas las muchas limitaciones que implica un breve espacio televisivo, en el que apenas hay tiempo para plantear algunas incógnitas, sin poder exponer detalladamente los numerosos detalles de este rompecabezas y formular posibles e insospechadas respuestas.

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