Temporada de lágrimas por estar lejos de su pais


Reencuentros y despedidas son particularmente emotivos por estas épocas de fin de año en los terminales del aeropuerto LAX.

En una terminal del aeropuerto de Los Ángeles (LAX) una inmigrante hace lo posible por no pensar en la Navidad. Para ella es una fecha triste porque la pasa lejos de su gente y sus costumbres.

Osiris Mendoza ha traído a su hermana a tomar un vuelo rumbo a San Salvador, donde pasará las fiestas de fin de año. Su familiar sí puede salir del país, pero Osiris no tiene papeles y no ha regresado a su tierra desde que cruzó la frontera. Ya han pasado 12 largos años, con sus Navidades melancólicas.

«Allá es mucho mejor que aquí, porque hacen quema de pólvora [cohetes] entre todos los vecinos, que morteros, que silbadores. Se pone bonito. Aquí es como si estuviera muerta la Navidad», compara.

¿Cómo celebrará la Navidad aquí?, se le pregunta. «No haremos cena, nada, será como un día normal, para que uno no se sienta mal por estar lejos», dice con los hombros encogidos.

Es temporada de abrazos navideños en el aeropuerto de Los Ángeles. Unos vienen cargados de alegría, dando la bienvenida; otros despiden y son tan amargos que hacen brotar lágrimas.

Cada uno de los más de dos millones de pasajeros que usarán estas terminales desde ahora y hasta el 2 de enero de 2014, el período más ocupado en LAX, trae en la maleta su propia historia.

En el equipaje de Carmen Portillo, de 75 años, viene un mal recuerdo, un robo que minó su salud. En su natal La Paz, en El Salvador, unos sujetos intentaron asaltar su pequeña tienda y ella se lastimó tratando de huir. La secuela psicológica fue peor. «Mi hija me dijo: ‘mamá, venga a relajarse de los nervios», cuenta la mujer, recién desembarcada de un vuelo de cinco horas y media de la aerolínea TACA.

«Llegué cansada, pero contenta. Venimos a pasar la Navidad con la familia», contó Portillo, cuya hija vive en Burbank desde hace casi 30 años. «Tal vez hagamos tamales y pollo, lo que acostumbramos los salvadoreños», indicó.

Al mediodía, el área de salida de vuelos internacionales de la Terminal 2 es un manojo de nervios. La gente se aglomera tratando de reconocer a sus seres queridos. Los pasajeros salen revueltos.

«¡Qué emoción!», se escucha el grito de Mey Aguilar poco antes de fundirse en un abrazo con su hermana Mary, quien vino a visitarla. «Me siento súper», expresó casi brincando de alegría. «Yo me siento más», continuó su familiar sosteniendo un ramo de flores.

Hace 18 años que Eduardo Pérez, originario de El Salvador, no sale de Estados Unidos. Ya con toda la familia aquí, dice, las Navidades son más llevaderas. Él vino a recoger a su prima. «Vamos a ir a los lugares que no conoce, es la primera vez que viene. Cien por ciento vamos a Disney», mencionó.

Otros, como el señor Alfredo, esperan con ansias abandonar el país. Él y su familia se dirigen a Oaxaca, que suelen visitar al menos una vez al año. Ha pagado más de 1,500 dólares por los pasajes. «Si quieres ver a tu familia sí vale la pena el gasto», dijo mientras hacía fila en el mostrador de Aeroméxico.

Si se considera el factor económico, aquí se pasa mejor la Navidad, según él. Pero resalta que su estado gana en cuestión sentimental. «Es más bonito en la tierra de uno porque está toda la familia».

María Nieves es una religiosa retirada y ya va de regreso a Zacatecas. Vino a la boda de un sobrino. «Nomás los acompañé», dice la mujer de 83 años. En la sala de espera, sus parientes la besan, abrazan y le desean un buen viaje. No será el último nudo en la garganta que se haga en este aeropuerto.

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